lunes, 29 de diciembre de 2008

¿Hasta donde amparan los derechos de autor?


¿Los derechos de autor amparan a los creadores en forma absoluta, o respecto de este asunto la protección es un tanto relativa?

Muy polémico por cierto es el tema de los derechos de autor relativos a obras literarias o artísticas… ¿En la práctica, hasta donde realmente se amparan los derechos morales y económicos de los creadores?… ¿Y hasta donde es razonable respaldar a artistas y a escritores, en lo que respecta a las obras de su autoría, y/o en lo que respecta a las ejecuciones o a las adaptaciones de su autoría?…

Inicialmente, siglos antes de nuestra era, no se amparaban los derechos de los creadores sencillamente porque no se había desarrollado ni legislación ni normativa al respecto… Y por cierto hubo un momento que de hecho y/o de derecho, el señorío del creador sobre su obra era total y absoluto, a tal punto que se le permitía destruir su propia creación, así como también ciertamente se le permitía autorizar o no autorizar su exhibición o su impresión, hacer modificaciones posteriores sobre la obra misma, enumerar fe de erratas en caso de impresiones o de reproducciones, etcétera, etcétera…

El fenómeno de Internet por cierto contribuyó a desdibujar en muchos aspectos los derechos autorales, dada las grandes facilidades ofrecidas para reproducir una imagen o incluso para hacer intervenciones en la misma, dada también las grandes facilidades para reproducir y para editar un texto, así como para allí hacer agregados, y/o enmiendas, y/o cambios en la puntuación, y/o incluso cambios en el orden de los párrafos, etcétera, etcétera…

Los autores muchas veces se sienten desprotegidos en el ambiente Internet, ya que allí parecería estar vigente el todo vale, ya que indudablemente allí se copia y se plagia con excesiva frecuencia, y los legítimos creadores en muchos casos no saben qué hacer, pues los eventuales juicios son de resultado incierto y operativamente muy problemáticos de realizar, y en ciertos casos incluso hasta se tienen problemas para identificar plenamente a aquellos que han cometido una copia alevosa o un plagio evidente, puesto que la propia operativa de Internet ampara a quienes desean permanecer en el anonimato…

Las licencias de Creative Commons en ciertos aspectos han intentado poner algo de orden en este entorno caótico, ya que una de sus licencias-tipo permite en forma muy libre tanto la difusión y la reproducción, como incluso la propia modificación de una obra, y con la única exigencia de indicar las señas del autor de la obra original o primera, así como también de indicar la dirección electrónica o fuente de la que se obtuvo efectivamente el documento que se comenta o que se inserta en el propio espacio web personal…

Cada vez con más frecuencia se observan licencias de Creative Commons en Internet, y respecto de las posibles acciones jurídicas o posibles reclamos ante violaciones a esas licencias, ya se tiene normativa al respecto en un buen número de países, entre ellos Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, España, Guatemala, México, y Perú, así como también Australia, Corea, EEUU, Holanda, Italia, Japón, Suiza, etcétera, etcétera…

Hecha esta breve introducción, hecha esta corta reflexión, me permitiré reproducir a continuación el texto de un cuento corto de Carlos Serra, el cual luego comentaré y valoraré en la forma que me parezca conveniente…

Respecto del escritor Carlos Serra puedo decir que es uruguayo, de profesión principal economista, considerándose él mismo como un escritor aficionado, a pesar de ya haber realizado algunas ediciones de obras por las vías formales, entre ellas por ejemplo el cuento titulado “Yo Cándido”, escrito que integra una recopilación de historias llamada “Proyecto 17-11”, recopilación que fuera publicada por Ediciones Abrapalabra en Montevideo (Uruguay) con fecha diciembre 2008, depósito legal 346564/08…

Pero en esta oportunidad no nos ocuparemos de este cuento titulado “Yo Cándido”, sino de otro cuento corto por cierto también escrito por Carlos Serra, y que lleva por título “La dieta espiritual”; por el momento, se encuentra inédita la historia que aquí transcribiremos y comentaremos…

En las próximas líneas se inserta pues este cuento inédito en forma completa…

La dieta espiritual

Hoy es el noveno día y llegué al límite. Creo que el momento en que vaciló mi cordura, fue cuando me levanté a la hora dispuesta y pensé que el cielo ya no era tan hermoso a las cinco de la mañana como el primer día.

Estoy pagando el pecado de no ser feliz por algunos kilos de más. En esta época en lo que importa es la estética, ver esos cuerpos anoréxicos y con esteroides, por cierto genera enormes tensiones. Uno además siente, las molestias de la ropa que ya no queda, y las dificultades para conseguir prendas nuevas en las tiendas.

Empecé a engordar hace unos años. Me acuerdo cuando Méndez me decía “…qué gordito que estás…”, “…mira que están entrando botijas delgados que se van a quedar con tus clientes…”, “…pensá bien Raúl, la cuestión no es sólo saber vender, la pinta lo es todo en este negocio…”.

Cuando finalmente me convencí que la razón estaba del lado de mi jefe, de mi esposa, y de los amigos, por desgracia era ya demasiado tarde.

Y mi decisión trascendental fue tomada después de haberle hecho dos nuevos agujeros al cinto que ajustaba mi pantalón, y después de haber constatado amargamente que con un poco de gimnasia no alcanzaba. Mi decisión trascendental fue tomada después de haber gastado una importante suma en alimentos de bajas calorías y en dietas dirigidas, dinero que seguro hubiera podido alimentar a más de una familia durante bastante tiempo.

Ahora tengo treinta y ocho años, y ahora lo que siento desde lo profundo de mi propio ser, es que debo salir de acá lo más rápido posible. Ya no aguanto más, ya no resisto más, mis fuerzas flaquean. Si sigo así voy a enloquecer.

Tal vez si finjo un malestar, se apiaden de mí y me envíen en recuperación a una buena clínica. Eso, si no descubren mi trampa, y tratan de arreglarme con una infusión de hierbas y con una arenga sobre la falta de voluntad.

Bueno, si esto no resulta alguna otra cosa debo intentar. La gordita pelirroja tan simpática que llegó conmigo en el mismo autobús, aparentemente enloqueció fuerte hace dos días, pues se la llevaron y ya no la volvimos a ver. Pregunté, pero nadie parece saber nada de ella. Cuando los enfermeros de blanco vinieron y se la llevaron, era cómico oírla de mil maneras implorar por chocolate caliente con churros rellenos de dulce de leche. Por cierto discretamente también pregunté a los guardias, pero sólo conseguí unas sonrisitas tranquilizadoras y unas palmaditas en la espalda.

Recuerdo muy bien la llegada en el autobús: Todos estábamos alegres y cantábamos. Si hasta nos hicieron una recepción de bienvenida, en donde brindamos con bebidas “light” en despedida de nuestros quilitos que estaban de más y que muy pronto desaparecerían.

Obviamente, hay que reconocer que el lugar es tranquilo y muy limpito. Las cabañas son rústicas pero agradables, y tienen lo necesario para dormir y para el aseo personal. Los lugares para sociabilizar son amplios y bien cuidados, con hermosos jardines, y también con frondosos árboles donde buscar sombra, y donde poder hacer los ejercicios con cierta comodidad. Y para los días de lluvia también están los galpones, donde podemos entretenernos con manualidades o con la lectura de un buen libro. ¿Me pregunto a cuánto venderán los monederos y los marca-libros que todos nosotros hacemos en esos días grises?

Durante el primer día de estancia en este lugar, ciertamente todos estábamos muy ilusionados, pues después de tantas dietas fallidas, veíamos aquí nuestra última oportunidad para salvarnos, para salvar nuestro trabajo, para salvar nuestra familia, tal vez para salvar incluso nuestra propia vida. Tengo bien presente ese primer día en el que todo era alegría y júbilo.

Y como era de esperar, luego vino la rutina. La larga jornada se inicia temprano, al son de estridentes y persistentes flautas, las que por cansancio terminan haciendo que uno se levante. Posteriormente viene una muy planificada rutina diaria: una ducha más bien fría para terminar de despertarse, el té verde con un poquito de azúcar y acompañado de galletas, los ejercicios matutinos, un par de horas de trabajos manuales destinados a “aquietar la mente”, un almuerzo frugal, y luego más trabajo como diversión. Al fin de jornada tomamos una cena liviana, seguida de los infaltables mensajes para la motivación grupal, y de la lectura de uno de los doce pasos del método. Y para el cierre entonamos cánticos alusivos a la alegría de la vida sana. Día por medio también escuchamos grabaciones de complejas argumentaciones que siempre terminan destacando que “hay que comer para vivir y no vivir para comer”.

Antes que cada cual se retire a sus aposentos, nos sirven una exquisita sopita con todos sus nutrientes, destinada a restituirnos las vitaminas y los minerales que hubiéramos podido haber perdido durante el agitado día, y posiblemente también destinada a retenernos participando hasta último momento en todas las programadas actividades. Cuando por fin uno llega junto a la cama, el cuerpo se derrumba sobre el raquítico colchón. Claro, la intensa luz cenital ilumina bien el cuarto hiriendo los ojos y dificultando conciliar el sueño, y se apaga automáticamente luego de los consabidos mantras nocturnos que posiblemente intentan hacernos un lavado de cerebro.

Un par de noches me desperté inquieto, y aún entredormido pensé que había tormenta, pero no, lo que escuchaba no eran truenos sino los quejidos de mi pobre estómago.

Hoy es el noveno día, y durante el corto descanso luego del muy raquítico almuerzo, miré las escasas y lejanas nubes que dejaban al sol en libertad de achicharrarnos, y lo que luego observé no sé si realmente pasó, o si fue fruto de mi mente que me jugó una mala pasada. Las nubes parecieron agruparse y agrandarse, y pronto adoptaron una muy curiosa forma, que me hizo recordar a una enorme y jugosa chuleta, acompañada con una guarnición de papitas que lucían crocantes y muy apetitosas. Esta visión me dejó paralizado en medio de la plaza, y mi mente voló. Si hasta me pareció percibir un envolvente y delicioso aroma a carne recién asada, y la boca se me hizo agua.

Tengo que hacer algo y muy pronto, pero tengo que ser astuto.

Ayer traté de sobornar al cocinero con un billete que no lo entregué a nuestro ingreso, como entonces nos fue imperiosamente solicitado. No pretendía mucho de ese hombre de aspecto bonachón. Solamente un segundo plato de arroz con habas, lo que me hubiera permitido resistir un poco más. Pero en fin, esos malditos deben estar bien entrenados, y la dirección debe de tener cámaras y micrófonos ocultos por todas partes. No solamente me confiscaron el estratégico billete, sino que además por largo rato tuve que soportar la cara desencajada del monje supervisor, que me dijo tantas y tantas cosas que hasta me hizo sentir mal.

Si, está bien, noto que el pantalón que hoy me trajeron de la lavandería me queda un poquito grande, pero eso no alcanza, pero eso es un raquítico logro.

Cada uno de los internados está en la suya, y se observa que unos pocos están muy cómodos, pues siempre tienen una estúpida sonrisita a flor de labios, y durante los ejercicios sudan abundantemente mientras comentan el peso que ya llevan perdido. Con otros que son mucho más callados intenté iniciar un dialogado, pero de muchos de ellos sólo recibí gruñidos y muecas. Desde entonces esos me parecen peligrosos.

Está decidido. Lo que deba hacer tengo que hacerlo solo. Al diablo con el retiro espiritual. Al diablo con la dieta. Al diablo si pierdo el trabajo porque los clientes prefieren a un flacuchento. Al diablo con los consejos de vida sana.

Estaría bien dispuesto a escapar pero están esos vigilantes de pelo cortado al rape y de fornidos músculos, siempre paseando en torno al perímetro, y de aire por cierto bien intimidante. ¿Realmente estarán allí para impedir nuestra fuga, o para protegernos de algún intruso que quisiera venir a molestarnos?

Esta infeliz experiencia me sirvió para convencerme que estaba bien como estaba. Sí, tal vez cuidarme un poco, pero sin duda es preferible ser un gordito feliz, que un flacuchento desgarbado y con un bajón anímico.

Prefiero terminar con todo esto pero por derecha. Hoy mismo voy a pedir una entrevista personal con el Director-supervisor.

Lo que más me inquieta es ese contrato que firmé al comenzar mi retiro espartano de veinte días. ¿Qué diría la letra chica de ese contrato? Por cierto que no leí esa parte, nadie lo hace. Supongo que no debe ser cierto eso de la autorización a que me retengan todo el tiempo mientras no se cumplen los veinte días, aún cuando desee renunciar tomando yo toda la responsabilidad. Eso debe ser una simple cláusula de estilo. Eso debe ser una picardía para ayudarnos a que no nos desanimemos fácilmente. ¡Ojalá!

Pero… ¿y si no fuera así?

Nota: El 54% de los uruguayos presentan algún problema de obesidad o sobrepeso. Fuente: Uruguay 2006, II Encuesta Nacional de sobrepeso y obesidad (ENSO II).

Comentarios

Bueno, la primera cosa que tal vez intrigue al lector es qué tiene que ver este cuento con la primera parte de este culturema, en la cual se efectuaron algunas consideraciones sobre los derechos de autor…

Bien, esto es muy sencillo de explicar… El cuento aquí presentado se basa en el escrito original de Carlos Serra, pero no es su copia fiel… Allí se introdujeron cambio de puntuación, algunos agregados, unos pocos cambios de verbos, etcétera…

A decir verdad, la intervención realizada en este caso no fue de mucha envergadura, pues no se cambió el sentido del mensaje, y el orden de los distintos elementos siguió siendo casi el mismo… En otros casos, con otros escritos, por cierto he actuado de una manera bien distinta…

¿Por qué se hizo esta adaptación? ¿Acaso así se enmendaron errores? ¿Acaso la nueva versión es mejor que la original? ¿Acaso esto es legítimo y válido, o por el contrario infringe alguna normativa o la propia ley de derechos de autor?

En lo personal defiendo la posición de que el lector se apropie de la versión que está leyendo, a tal punto de incluso modificarla en redacción y/o en mensaje, para así mejor adaptarla a la psicología y a las necesidades de quien lee… El lector es patrón absoluto de lo que lee, y tiene derecho a modificar cuanto le plazca, en forma sustantiva o en forma únicamente superficial y cosmética… Que esos cambios únicamente se hagan en la mente del lector, o que incluso se lleven sobre el papel, por cierto no cambia mucho las cosas… Que esos cambios o agregados se transmitan o no a terceras personas tampoco cambia mucho las cosas…

La novia de un amigo mío a quien en realidad no veo desde hace tiempo, era una incansable lectora de novelas rosa y de cuentos policiales, pero en su concepto todas las historias debían tener final feliz, y cuando no lo tenían ella le inventaba otro final que sí fuera feliz… Esa jovencita que conocí hace tiempo incluso a veces cambiaba parte de la trama… Recuerdo que un día me comentó que estaba leyendo la historia de dos hermanos que se internaron y perdieron en la selva, donde tuvieron una serie de peripecias… Por cierto, ella decidió que los dos aventureros fueran novios y no hermanos, pues ello le parecía mucho más romántico…

Por cierto, no sería correcto hacer intervenciones en un escrito como las recién señaladas, sin convenientemente advertir al lector que se las hizo… Por cierto, tampoco estaría bien presentar un trabajo de otro escritor como si fuera propio… Pero en este caso no hago ni lo uno ni lo otro, pues indiqué en forma correcta quien era el autor de la obra, y también señalé el tipo de intervención que personalmente realicé a la misma…

Pero vayamos al grano, la historia presentada es corta y sin excesivas pretensiones en cuanto a la complejidad del mensaje transmitido… El tema planteado es el de la obesidad, problema que hoy día afecta a mucha gente, y que tiene consecuencias negativas no solamente en cuanto a la salud del propio individuo que la padece, sino también en cuanto a una serie de otros aspectos…

Y tal como se lo estructura, el escrito es atrayente e interesante, y hay aquí un manejo discreto pero adecuado de la tensión y del suspenso… Para impactar o sorprender al lector, por momentos a la historia se le imprime un giro surrealista que en los hechos plantea situaciones con humor, que sin duda distienden y alegran al lector, y que sin duda provocarán que trama y mensaje sean recordados por largo tiempo…

Además, esta historia es un excelente insumo para cualquier persona que desee rebajar de peso, y mucho más para un grupo de autoayuda orientado a obesos…

Observe el lector que en el escrito “La dieta espiritual”, en realidad explícitamente no se toma partido a favor o en contra de ciertos procedimientos utilizados con frecuencia para intentar rebajar de peso… En realidad, un lector atento puede perfectamente inferir o al menos intuir de esta historia, que las dietas excesivamente severas y muy desequilibradas son malas o que por lo menos no sirven, no solamente por los sacrificios a sobrellevar que son exagerados, sino sobre todo porque al terminar el tratamiento y volver a la vida normal, muy probablemente se comenzará a engordar, y pronto se alcanzará la situación de equilibrio de la que se partió al comenzar el tratamiento…

Pero también hay en esta historia un elemento muy menor y hasta marginal que bien vale destacar, y es el asunto del billete…

En la futura sociedad telemática probablemente soñada hasta la obsesión por Agustí Chalauz de Subirà, el gordito deberá intentar sobornar al cocinero de otra forma, pues en ese nuevo entorno social ya no habrá más billetes bancarios anónimos que se puedan esconder entre las ropas… Por cierto, en la futura y posible sociedad digital también se manejará el dinero, pero no en la forma rudimentaria y primitiva como se lo hace actualmente… Sin duda no hay otra que en algún momento pasar a las monedas digitales y nominativas, pues ello producirá un ordenamiento mejorado de nuestro entorno social, pues ello derivará en mejores informaciones para todos, consumidores, trabajadores, empresarios, instituciones estatales, sistema fiscal, justicia…

Esta disgregación técnica un poco descolocada, tiene por objetivo poner de manifiesto que el paso de la moneda tradicional a la moneda telemática afectará muy mucho el día a día de todos, así que por cierto deberemos pensar muy bien cómo se irán introduciendo poco a poco las sucesivas y necesarias reformas, y cómo se irá capacitando a la gente a la nueva realidad…